miércoles, 16 de noviembre de 2011

Capitulo 10

¿Liam?
¿Ryan?
¿Liam?
¿Ryan?
O mejor… ninguno.
¿Quién dijo que tenía que estar con alguno?
Además, “ninguno” es la respuesta.
Liam es mi mejor amigo. Y Ryan… Él no.
Ni siquiera debería considerarlo como opción. Porque la respuesta es NO.
—¿Te acompaño? —Preguntó Liam a mi lado.
No quiero herir los sentimientos de Liam, con toda la confusión que tiene.
—Si quieres… —Dije sin compromisos.
Su mirada lo dijo todo. Levantó las cejas para mirarme fijamente, recriminándome.
No me quería obligar a nada, pero… ¡Claro que quería acompañarme! Y le molestaba mi respuesta.
Bufé. —Claro que si, ¿Por qué no? —Dije levantándome sin mirarle.
Pude ver que él también se levantaba, así qué me quedé a espaldas esperando que se me uniera.
No se, me esperaba que intentara algo, como acercarse a mi, o algo por el estilo.
Por el contrario, paso por mi lado.
—Vamos. —Dijo al pasar.
Me sonó un poco rudo. Sobretodo por que Liam siempre fue tan… atento.
Lo seguí por detrás sin hacerme esperar.
Dimos la vuelta al edificio para salir a la calle, y empezar a caminar
—No comprendo como haces en clases. —Empezó.
—¿Cómo hago el qué? —Pregunté sin entender.
—Mantener las calificaciones. —Responde con humor.
—¡Ah! No lo hago. —Comenté riendo. Hice una pausa a modo de broma, para luego contestarle: —Bueno, ya, están bajas, pero nada irreversible.
—Deberías prestarle más atención. Uno nunca sabe.
Él siempre ha mantenido su promedio, para poder conseguir una beca y entrar a la universidad. Esa es su meta. Lo cual admiro, porque lleva mucho tiempo trabajando en ello.
Quizás sus padres piensen otra cosa sobre el estudio, para que recurra a una beca como escape.
Tampoco es que sus padres sean millonarios, pero podrían pagar su estudio sin problemas.
—Como digas, “nerd” —Bromeé. Rompiendo el hielo.
Él no podía creer lo que le había dicho y reaccionó con un suave empujón hacia mi dirección.
Esto era amistad, ¿Cómo se puede arruinar?
—¡¿Qué?! ¡¿Acaso no es cierto?! —Exclamé observándolo.
Estaba bien. Se supone que estoy actuando “normal”.
Se limitó a negar con la cabeza con fingida reprobación, para luego reír. Una risa suave, fácil.
—¡Bien! No le hagas caso al “nerd” Pero luego atente a las consecuencias. —Amenazó con mofa.
—¿Qué tal las tuyas? ¿Arriba de 8?
—De hecho, arriba de 8,5. —Contestó con aire de superioridad.
No me quedó nada más que reír.
Caminamos en silencio un par de calles, y no pude parar de pensar en que Liam me había besado, y que gustaba de mí, y que aquí estábamos.
—¿Por qué Liam? —Le encaré mirándolo de reojo.
No hizo falta explicar nada para saber a qué me refería.
Solo me miró apretando los labios. Y todo siguió en el mismo silencio. Escuchando solo nuestros pasos.
Observé como guardaba sus manos en los bolsillos del Jean.
En la esquina próxima a mi casa, me planté para que se detuviera ahí.
Quedó de espaldas a mi, a unos pasos de distancia. Observé su movimiento.
Dio media vuelta, y se acercó a mi, quedando frente a frente.
—¿Por qué tú? —Dijo con nostalgia.
Asentí una sola vez, y esperé su respuesta.
—¿Por qué Ryan? —Preguntó con pena.
Comprendí que ambos estábamos sufriendo.
—Los mejores amigos son los novios que nunca serán. —Comentó alejándose.
«Si, la pareja perfecta que nunca será.»
Me quedé donde estaba mientras dejaba volar sus palabras.
—Supongo que no quieres que te acompañe hasta allá. —No era una pregunta., pero asentí.
—Bien, entonces, nos vemos… el lunes, supongo. —Se acercó a saludarme, y se fue, doblando en la esquina.
Me quedé como boba ahí parada, sin hacer nada por un rato.
Los mejores amigos no son novios por eso. ¡Porque son amigos!
Porque ser novios arruinaría toda la amistad, porque ya no se confiarían secretos, porque ya están otras “prioridades” y lo divertido se vuelve serio.
No quiero perder a Liam como mi amigo. Ha sido tan fiel conmigo que no quiero perderlo así.
Me vino la depresión del solo pensarlo.
Se me hizo un nudo en la garganta, que no me dejaba tragar, y los ojos se empezaron a nublar.
Miré para arriba, y no permití que esa lagrima cayera.

Mi estilo de vida se había convertido huraño. Mi estimulo de vida lo apagué por un rato, porque no quería andar llorando como una niña tonta que la botaron. Pero en vez de eso, arruiné mi vida. Seguía siendo yo, pero en automático. Lo único que quería era dormir. Por lo menos así, todo se acababa de algún modo. A veces, me obligaba a despertarme para ir con Helen, y seguir siendo su amiga.
La verdad, ni yo misma puedo describir como era en realidad. Porque estaba allí, y hablaba con mis amigos, me juntaba con ellos de vez en cuando; y a la vez, no estaba.
Pero ya estoy cansada.
—Em, ¿Vas a cenar? —Preguntó Malcom apoyado en el marco de la puerta. No lo había escuchado acercarse.
Lo observé a oscuras.
¿Cómo puede ser que no supiera nada de la vida de mi hermano? Tan protegida que me sentía a su lado, ahora ya no me satisfacía.
—Si volviste a hacer tu comida de perro, entonces no. —Bromeé.
Al principio me miró pestañeando, sin comprender. Pero al cabo de un segundo sonrió.
—Vas a lamer el plato del perro con tal de comer más. —Presumió.
—Ok. —Acepté levantándome de un salto, para ir con él. Casi me tropiezo con una bola de ropa que había dejado tirada a la mañana. Entonces volvió a reír.
—Te extraño, hermanita. —Comentó dándome la mano para ayudarme.
Lo miré perpleja, deteniéndome.
—No me he ido a ningún lado. —Titubeé.
—Exacto. —Coincidió. ¿A qué se refería?
Después de ayudarme, caminó hacia la cocina y se dio media vuelta para mirarme.
—¿Vas a comer o no? —Preguntó esta vez con un tono desinteresado.
—¿Y mamá? ¿Y papá? —Quise saber. No los había visto en todo el día, lo cual a pesar del alivio, me resultó extraño.
Malcom se volvió dentro de la cocina, ignorándome.
La casa estaba a oscuras. En la sala de estar había una pequeña farola encendida, llenando de una luz tenue, que contrastaba con la luz blanca y brillante de la cocina que asomaba por la puerta, y me hacia entrecerrar los ojos.
Suspiré y entre en la cocina.
Malcom estaba revolviendo salsa en el fuego. El aroma que despedía me hizo rugir las tripas.
—Mamá se queda hasta tarde en el trabajo. Y papá… él… supongo que se siente inútil, odia tener que admitir que mamá es la que mantiene todo esto. Así que se fue a sus pagos. Ya sabes, la historia de la vida.
«Si, inútil. Ya lo creo…» pensé con sarcasmo. Si así fuera, movería el culo del bar al que va tan seguido, y buscaría un trabajo fijo. Dejaría de gastarse la plata en alcohol, y por ultimo, aportaría algo a esta casa.
¿Quién creería eso?
—Mejor así. ¿Quién quiere tenerlo aquí dentro?
Malcom meneó la cabeza y exhaló con fuerza. Apagó el fuego, y abrió la puertita del estante sobre su cabeza para sacar un plato.
Repentinamente dejó todo, y se volvió para verme con una insistencia incomoda.
—Emily, por el amor de Dios, deja de vivir en el pasado y en tu mundo, para volver a la realidad. ¿Si? —Asentí sin estar segura de poder hablar, pues me tomó por sorpresa. —Ya sé, piensas que me volví loco, y no me importa. Pero te veo despierta, y sé que ahora me escuchas. Hablo de que… me escuchas de verdad, y no me sonríes diciendo alguna cosa indiferente para meterte en tus asuntos.
«Alguna cosa indiferente» Repitió mi mente, ofendiéndome. Yo no decía alguna cosa indiferente, ¡Yo escuchaba todo! ¡Y lo que decía era con sentido!
—Que ridículo. —Protesté.
—¡Eso! ¡Eso haces! ¡Respuestas que terminan todo tipo de conversación!
—Malcom, te estoy escuchando. —Espeté enojándome. —Y en realidad, es ridículo lo que dices. Sé lo que digo, y es distinto la “indiferencia” a que no te guste mi respuesta. —Expliqué con resentimiento. —No tiene sentido nada de lo que dices. ¿Qué quieres decir con tanto teatro “te extrañé”, “la historia de la vida”, “vuelve a la realidad”…? —Añadí a regañadientes la ultima. —Ve al punto. —Exigí.
Él volvió a darse media vuelta para sacar el bendito plato y servir un cucharón de salsa, para luego colocar una bola de espagueti.
—Me voy a ir de casa. —Comentó con tranquilidad.
Me asombró. Si creía que la vida no podía ir peor… me equivocaba. Siempre me equivocaba.
—¿Por qué? —Se escapó de mi boca lastimeramente, y me odié por ello.
Sirvió el otro plato, y los llevó a la mesa sin decir palabra. La mesa ya estaba servida, con la vajilla en una punta y en la otra. Pero él siguió como si nada, abriendo la heladera para sacar una jarra de jugo fresco, y lo colocó exactamente en el medio de la mesa, prosiguiendo a sentarse.
Enojada, me senté y lo miré con recelo.
—¿No puedo saber por qué te vas?
—¿No crees que es demasiado obvio? —Preguntó dejando caer el cubierto que había alzado. —Ya estoy bastante grandecito para vivir de mis padres, Emily.
—Pero ¿A quién le importa? Estamos bien así. Es decir…
—Tienes serios problemas con los cambios, Emily. Hazte ver. —Me cortó con crueldad.
Un sollozo ahogado resonó en mi garganta sin querer.
—En ese caso… Lo siento por no querer que te vayas. —Escupí levantándome con fuerza de la silla, para salir.
Esperé a estar fuera de casa para dejar entrever las vergonzosas lagrimas.
La noche estaba tranquila. Un poco fresca, pero no lo suficiente como para hacerme tiritar. Me refregué el rostro con el dorso de la mano, y empecé a caminar hacia el instituto, porque era el único lugar que conocía a donde ir. Era de noche, y estaba consciente de que no podía ir al parque o algún lugar como tal. Pero tampoco podía ir al instituto a estas horas.
Helen.
Mi mejor amiga. Podría ir  a su casa.
En realidad, podía volver a mi casa y encerrarme en mi cuarto. Pero estaba tan apenada de volver a esa casa. ¿Por qué se tiene que ir? Entiendo que algún día iba a pasar, pero… ¿Por qué ahora?
No tengo derecho. No tiene por qué quedarse en casa, solo para verme ir y venir sin decir nada. Pero verme a mi misma en la casa a solas, hacia que el corazón se me encogiera.
Desde ya me sentía sola y angustiada. No necesito más.
«Serios problemas con los cambios» Dijo. Bien, y ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Saltar de alegría? ¿Por qué? La única persona en esa casa con la tengo una relación aceptable es él. Mamá no cuenta. Ella es simplemente mamá.
Volví a limpiarme las lagrimas, intentando calmarme, pero solo caían más.
Me senté en el cordón de la calle. Y lloré hasta calmarme al fin. No me gustaba llorar, pero últimamente lo hacia a menudo.
El ceño se me fruncía y las lagrimas volvían a atacarme incontrolablemente cuando pensaba en Malcom.
Entonces decidí dejar de pensar en ello.
Helen. ¿Qué le voy a decir?
Simplemente… toco la puerta rezando que abra ella y no su familia. Y le digo ¿El qué? “¿Hola, me puedo quedar esta noche porque... Mi hermano se va de casa?”
Eso no tiene sentido. De todos modos, ella entendería, ¿No?
Mi celular comenzó a vibrar en el bolsillo del Jean. Lo saqué sabiendo quién podría estar llamando, así que contesté sin siquiera mirar dos veces.
—¿Qué? —Pregunté groseramente.
—¿A donde fuiste? Vuelve ya a casa.
—¿Porqué iba a hacer eso? ¿Acaso tu lo harás? —Contraataqué. Hubo un corto silencio.
—¿A dónde estas? —Inquirió con una tranquilidad repentina.
—Adivina, idiota. —Colgué.
Si, sabía que estaba siendo irracional y caprichosa, pero no me importaba ya nada. Me levanté temerosa de que de repente alguien me viera. Mi hermano, papá o mamá se acercaran para buscarme. No estaba lejos de nada, en absoluto, y si Malcom salía a buscarme, tenia altas posibilidades de encontrarme. Y yo no me quería enfrentar a ello todavía.
Por lo que empecé a caminar de vuelta en dirección a la casa de mi amiga. El celular vuelve a vibrar, por lo que atiendo sin decir nada.
—¿Hola? ¿Emily? —Era la voz de Liam, preocupada desde el otro lado del celular.
—Ah, hola Liam. ¿Qué pasa?
—Eso mismo me preguntaba yo. Tu hermano me llamó preguntando por ti.
—¿Mi hermano hizo eso? —Pregunté incrédula.
—Hummm... Si. ¿A dónde estas Emily? —Sonaba preocupado.
¡Oh, genial! Si Malcom lo llamó a él, pensaba que estaba en su casa. Y si yo le digo a donde estoy, o mejor dicho, a donde voy... Le va a decir a Malcom. No hay nada como alguien preocupado por ti, que haga que la gente se vuelva histérica contigo.
—Yo... No le hagas caso a Malcom, estoy bien.
—Emily... —Protestó.
Pensará que no tengo la suficiente confianza en él como para decirle, y me rompe el corazón. Él mas que a nadie es en quien confío.
—No te preocupes. Te llamo luego. —Me despedí. Antes de escuchar otra queja, colgué.
Por la calle del frente paseaba un señor calvo con su perro. Estaba vestido de gimnasia como si, fuera o viniera de entrenar. Me ponía nerviosa estar a la vista de alguien. Me hacia pensar que a lo mejor se reirían de mi o algo.
Impaciente, caminé a paso más enérgico, cuando el celular volvió a vibrar en mi mano. Me fije en la pantalla que dictaba "Helen"
—¿Hola?
—¡Emily! ¿Donde rayos estás?
Declaro que cuando me cruce con Malcom de vuelta, le voy a pegar una patada en el trasero tan fuerte, que no va poder sentarse ni estar parado.
—Hola Helen. —Saludé cansada.
—Tu hermano me llamó preguntándome si estabas aquí. Entonces, como no estas aquí ni en tu casa. ¿Donde estás? —Me asombraba que Helen pudiera ser peor que cualquier madre.
—Yo... Pensaba ir a tu casa.
—¿Si? —Ahora sonaba mas tranquila. —¿Qué tan lejos estás?
—Ya casi llego.
—¡Perfecto! Te espero, y preparo...
—Pero —La corté. —No quiero molestar, así que... Si fuera posible que tus padres...
—Ah, ya. No te preocupes.
—Otra cosa..
—¿Si?
—Me debes lealtad a mí, y no a mi hermano. —Ella rió despreocupada.
—Tranquila, Em. Soy tu amiga, no voy a delatarte.
—Ok, gracias.
—Te espero.
El resto del trayecto intente mantener la mente en blanco, pero una vocecita preguntaba «¿Qué vas a hacer?»
«No lo sé». Le respondí.
Helen estaba en el porche de su casa, sentada en las escaleras, esperándome. Las luces de su casa y la del porche le daban la espalda, y cuando alzó la vista para verme llegar, tenia el rostro lleno de sombras que le hacían rasgos extraños por momentos.
—Hola Helen. —Saludé al acercarme.
—Emily, ¿Qué pasa contigo? -Su tono era de reprobación total.
—Lo se, pero entiende Helen. No quería quedarme en mi casa.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? —Preguntó haciendo un ademán con su mano a su lado, para que me sentara con ella.
Podía recordarla en mi sueño. Con las mejilla encendidas al mirar a Derek, el "morocho", porque quería que la ayudara. Ella tenía vergüenza, y ahora está en frente mío, exigiéndome saber qué me pasa.
—Malcom quiere irse de casa. Y no pude soportarlo. —Exprese con tristeza, mientras me sentaba en los escalones.
—¿Es tan malo?
—Es todo cuanto tengo allí, Helen. Es la razón que no me sienta tan sola. Y... Quien me protege.
—Pero, Emily, si él es todo eso, ¿Por qué le haces esto? Llamó a mi casa para decirme que si te veía o si sabia algo le avisara.
—¿Y lo hiciste? —Pregunté con un deje de desesperación.
—No. —Contestó después de un rato. —Pero, aun así, él está preocupado. No creo que sea justo.
Como toda buena amiga, además de aconsejarte... Te dicen la cruda verdad.
—Nada es justo. —Espeté. —¿Porqué tengo que preocuparme en ser justa con los demás, si nada lo es conmigo?
—Porque hay que aceptarlo como es. Emily, déjalo ser. Déjate llevar por la vida.
—Creo que lo hice cuando salí de casa.
—Esta bien. —Reflexionó mirando al frente. —Si, esta bien.
Nos quedamos mirando la noche, que estaba tranquila y silenciosa a pesar del silbido del viento.
—Yo... No me sentiría bien si uno de mis hermanos se escapa de casa a la noche.
Yo tampoco me sentiría bien. De hecho, no me siento bien. Se que dentro de poco mi mamá o mi papá llegara a casa, y no se que dirán.
Mi corazón late fuerte, pero cada latido es un golpe. En este momento quisiera que no latiera más.
Tengo que hacer lo correcto. Tengo que... Cambiar esto, y hacer lo correcto. Tengo que... Enderezar el palo torcido que soy. Y tengo que... "dejarlo ser" y "dejarme llevar por la vida".
—La decisión es tuya, Em. Puedes quedarte en casa esta noche, por supuesto, pero yo solo intento que entres en razón. —Comentó al cabo de un rato sin mi respuesta.
—Lo sé, y gracias. Debería hacer esto más seguido.
Se asombró ante mis palabras. O se horrorizó, no lo podría definir.
—Oh, no. Hablo de hacer esto, hablar, que me aconsejes y eso.
Dibujó una media sonrisa en su rostro.
—Si. Eso creo. Yo... Pensaba que... —Titubeó.
—¿Qué...?
—Pensaba que te habías cansado de mí, o algo. No lo sé, algo que yo hice pudo molestarte... Y... No lo sé, quizás ya no éramos tan amigas. Es decir, si somos amigas, pero no como antes. Como si hubiera una hoja de papel entre nosotras, ¿Entiendes? Algo pequeño, pero que de repente, nos separa unos centímetros.
—Si, lo siento. —Fue todo lo que pude decir.
—Tenemos que esperar a que mis padres suban a su habitación, para así poder entrar sin que ellos sepan que estás aquí. —Planeó.
—Hummm… Creo que tienes razón. Sobre mi hermano. Será mejor que vuelva.
—¡Oh, si! —Exclamó con alegría.
—Otra vez, Gracias. —Helen se acercó y me abrazó.
—¿Para qué estamos las amigas, sino? —Susurró, y luego se alejó poniéndose de pie. —¿Vas a estar bien? Es de noche y...
—Todo va a estar bien. —Le prometí.
Nos despedimos con una sonrisa, y me di media vuelta para retomar mi camino.
Seguía sin tener ganas de volver a casa, pero Helen tenía razón, y quizás Malcom estaría mal y preocupado por mi.
Saqué mi celular del bolsillo, y marqué.
—Emily, ya. Vuelve ya mismo a casa. —Atendió al segundo.
—Lo siento, Malcom.
—Lo siento yo también. —Se atropelló en decir. —Supongo que te defraudé.
—No te preocupes. Yo... No quería aceptar que la única persona que me quedaba, me iba a abandonar. Pero estaba o estoy equivocada.
—Ven a casa, así hablamos. —Sugirió con apuro, y se me vino a la mente mis padres.
—¿Ellos lo saben?
—¿Quienes?
—Mamá.
Se escuchó que respiraba con fuerza.
—Si.
—No quiero ponerte en problemas, así que... Puedes decirle que he ido a casa de Helen. Lo cual no es mentira. Dile que esta noche me invitó a dormir.
Hubo un pequeño silencio, que decidí romper yo, porque la duda me podía.
—¿Qué dijo ella al respecto? ¿Por qué no me dijiste a mi?
—Te dije, y mira lo que estás haciendo.
—Me... No es... Porque... —Tartamudeé sin tener una idea concreta. —Hay otras formas de decirlo. —Concluí airosa.
—Supongo que si, ¿Vas a estar en casa de Helen, en realidad?
—Si. —Mentí. —Déjame en paz. Solo necesito pensar. Ya te dije que lo sentía y que no te preocupes.
—No estoy de acuerdo. Pero recapacita todo lo que quieras, a lo mejor veas las cosas más claras.
—Lo haré. —Colgué.
Ya era bien entrada la noche. Y tengo que admitir que me daba miedo andar sola. Cualquier ruido hacia que se me saltaran los ojos de las orbitas, por mirar qué lo había producido. Pero tenía que tener la mente fría para pensar a donde estaba yendo, y a donde ir.
En la calle de enfrente doblaron por la esquina dos chicos jóvenes, que parecían venir o ir a una fiesta por las ropas que llevaban. También parecían un poco borrachos por la forma en que caminaban, desgarbados.
Guardé el celular que lo tenía en la mano y seguí caminando más rápido. Me dije que doblaría a la vuelta para perderlos de vista, por las dudas, pero me rehusé a ser paranoica, y seguí de largo.
Ellos venían por la calle de enfrente, murmurando, un poco más atrás que yo. Pues, había empezado a caminar más rápido.
Hubo silencio, porque de repente dejaron de murmurar. Fue entonces que dejé que la paranoia se apoderara de mi, e iba a salir corriendo a penas doblara la próxima esquina. Pude notar que caminaban en diagonal, como cuando uno va a cruzar. El corazón se me salía por la boca, pero apreté el paso, aun más.
Alcance la esquina cuando ellos comenzaron a cruzar hacia mi, y empecé a correr. Después de unos segundos escuché sus risas que provenían de la esquina. Es decir, ni se molestaron en seguirme. Y en ese momento me di cuenta que hice el ridículo, porque ellos no eran malos.
De todas maneras, seguí corriendo por un rato. Había una frase que me consolaba "Mejor prevenir que curar".
Paré después de un rato, porque los pulmones me quemaban. Y el aire que respiraba me era insuficiente, quería más. No importaba cuan profundo respirara, quería más. Profesores de gimnasia decían que no debía parar abruptamente cuando se corría por un tiempo, sino que había que mantenerse en movimiento hasta recuperar el aliento, así que empecé a caminar de nuevo.
Recuperándome de a poco, noté que conocía las casas que veía al caminar.
Si, las conocía. Liam vivía por acá. En la otra cuadra para ser exactos, doblando a la izquierda, en mitad de cuadra.
"Déjate llevar por la vida" vino de repente a mi mente.
Bien, no podía quedarme vagueando por ahí, a estas horas. Y mucho menos después de la bromita que me hicieron. Es mi amigo, después de todo. ¿No?
Si, un amigo que no quisiera ser mi amigo, sino algo más.
No podía pensar en Liam como eso. Como un… chico. Era extraño, es como que de repente, algo que creías seguro, tangible, conciso, se transforma en algo lejano e inalcanzable, y que el cambio intenta comerte la cabeza al pretender descifrar qué causó tal cambio. Tal diferencia también te descoloca y ya no sabes qué reacción producir. Entonces todo lo que conocías se evapora, y empieza todo de nuevo.
Doblé en la esquina, y las manos comenzaron a sudarme. Quise darle el merito a que corrí como una desquiciada, pero no era convincente que justamente me sudaran las manos por ello.
Quiero hacer las cosas bien, quiero arreglar las cosas rotas, y Liam es una de ellas, tanto como todo lo que me rodea, que lo estropeé bastante, por cierto.
Ya no hay vuelta atrás. Voy a sacar el "reverse" del cambio, para poner "primera" en mi vida.
Avanzar se ha dicho.
Yo quiero avanzar, pero a veces soy medio torpe y abandonada. Quiero avanzar, pero no quiero enfrentarme a las cosas. Es mucho más fácil sentarse a ver, que interferir. Pero es tiempo de hacer algo al respecto.
La casa de Liam, se levantaba ante mi, como una gran montaña. Era de dos pisos, luciendo renovada y moderna a comparación de mi casa.
Había una luz en una de las ventanas del piso de arriba. Supuse que era la habitación de los padres, porque la habitación de Liam estaba ubicada al fondo. Su ventana daba al patio trasero.
¿Cómo hago ahora?
Me dirigí al costado de la casa, en donde había una puertita de madera cerrada con una simple traba desde adentro. Si pudiera sacarla...
Estiré el brazo logrando pasar por arriba de la puertecilla, poniéndome de puntillas y apretándome a la puerta, pude tocar con mi dedo índice la traba. Solo tenia que correrla.
Se podía decir que casi estaba parada sobre el dedo gordo del pie, del esfuerzo que hacia para alcanzar la traba. Seguí rozando la traba, hasta escuchar el chasquido que indicó que al fin la pude correr.
Suspiré del alivio. Ya se me estaban acalambrando los dedos.
Entré con sigilo, recordando con alivio que a su madre no le gustan los animales, y no pueden tener perro.
Rodeé la casa, prometiéndome que si no veía signos de vida de Liam desde la ventana, me iría de allí.
Me invadió una tristeza enorme cuando no vi ninguna luz encendida, y todo oscuro y tranquilo en su lugar.
Busqué alguna excusa, pero me dije que no le molestaría y me iría. Así que di media vuelta cabizbaja, para volver al pequeño pasillo.
Ahora me preocupaba la traba. ¿Como la iba a poner de nuevo?
Deje de pensar en la estúpida traba, cuando escuché un chasquido casi imperceptible. Y luego algo venía detrás de mi. Quise darme la vuelta para observar horrorizada que si poseían un gran perro asesino, o que alguna cosa venía a atacarme. Pero no tuve tiempo. Fui derribada con fuerza, cayendo al piso, golpeándome brazos y piernas al intentar amortiguar la caída.
—Mierda. —Maldije, sintiendo un peso aplastante sobre mi, y punzadas en el codo derecho.
Era una persona, pensé irónicamente. Respiraba agitado en mi oreja.
—Maldito... —Empezó a decir, mientras cambiaba de posición, pero seguía sobre mi. De repente, me giró bruscamente y sin miramientos, dejando la frase inconclusa .La voz no solo era masculina, sino también conocida.
Cuando me giró hacia arriba, y pude enfocar los ojos en la persona, vi los rasgos familiares de Liam.
—¿Emily? —Profirió con toda la perplejidad reflejada en su voz.
Yo también estaba confundida. Lo único que pude hacer, fue mover con dificultad el brazo en una posición menos dolorosa, y acomodando las piernas bajo su peso.
Parecía que estaba en shock, porque lo único que hacia era observarme parpadeando consecutivamente.
—¿Que...? —Intentó preguntar, pero volvió a callar. Por mi parte, solté un tenue gemido de dolor cuando su peso se balanceaba sobre mí.
Liam, abrió los ojos como platos, como si se hubiera despertado de un sueño. Y se levantó abruptamente.
—¡Oh, lo siento! ¡Lo siento tanto! ¿Qué…? ¿Cómo... ?
Me ayudó a ponerme en pie de vuelta, con delicadeza.
—¡Vaya! Pensé que querías matarme a golpes. —Exclamé con sorpresa.
—¡No! —Negó rotundamente. Me pasó un brazo por la cintura para ayudarme a caminar.
La verdad, que no lo necesitaba. Lo único que quería era sobarme las piernas hasta que acabara el dolor, pero no podía hacer eso. Así que me reconfortó ese brazo.
—¡No! —Repitió con mas calma. —¡Lo siento tanto! Yo... No sabía que eras tu.
—Entré para ver si estabas despierto, y como vi tanta oscuridad, supuse que estabas durmiendo. -Expliqué. -No quería molestarte. —Estábamos en el patio trasero, y había mucha mas luz que en ese pasillo diminuto. Examiné el codo, que seguía punzando. —Y al final, saliste corriendo como un loco a atacarme. —Finalicé con asombro.
Es que... No podía creerlo. Liam era un tipo pacifico, de esos que dicen "hablemos" antes de irse a las manos.
—Lo siento tanto. —Repitió apenado. —Es que... No sé que pasó. Yo estaba sentado, mirando por la ventana, pero en realidad no estaba mirando, yo solo... Pensaba. —Contaba, mirando un punto fijo de la casa. Los ojos le brillaban bajo la escasa luz. Y me di cuenta tristemente que no recordaba un gesto como tal, corroborando que, ahora todo era una percepción nueva. —De repente, un movimiento captó mi atención en la oscuridad, y no lo pensé dos veces. Y si, quizás fue lo mas estúpido del mundo, ahora que lo pienso, pero no me detuve a pensar en ese momento. Salí enfurecido, porque no podía creer que esto estuviera pasando ante mis ojos. Pensé que eran ladrones o asesinos o vagabundos, borrachos, ¡No lo sé! Cualquier cosa que no fueras tú.
—¿Qué pretendías hacer después? —Pregunté con curiosidad.
Cuando me dio la vuelta para arriba con violencia, no parecía que quisiera hacer mucho más que eso. Insultarme, quizás.
—No lo sé... —Divagó con la mirada, para luego observarme. —¿Estas bien? Lo siento.
—Supongo que si. —Levanté por sobre el codo la camisa, para confirmar que estaba todo bien. Era solo un rasguño, nada importante. —Unas tres gotas de sangre, quizás. —Calculé.
—Lo siento tanto. —Repetía una y otra vez. Tomó mi brazo que sostenía en el aire para observar también el daño.
—Moriré desangrada, deberías sentirlo. —Concluí.
—Ven, vamos a lavar eso. —Comentó dirigiéndose a la puerta trasera.
—¡No! —Tire de su brazo que tenía en la cintura para ayudarme y empujarme hacia adentro. —No quiero que me vean tus padres... Seria... Vergonzoso. —Confesé, poniéndome nerviosa.
—¿Por qué piensas eso? Vamos. —Instó.
—No, en serio. —Insistí, plantándome al suelo. —No quiero molestar, ni que me vean así. Yo... Entré a su casa sin permiso, y... Te hice asustar... Y... No debería estar aquí. Mira la hora. —Comencé a sentirme culpable.
-Bueno, ya. Cállate. Vamos, sin que se den cuenta.
—¿Si? —Pregunté insegura.
—Ellos probablemente ya estén en el séptimo sueño, ni me escucharon bajar. Y créeme, hice mucho ruido.
Convencida, me dejé arrastrar hacia la casa. Entramos, y estaba todo oscuro, justo como lo había visto.
Las escaleras para subir a su habitación, estaban justo al lado de la puerta. Solo tuvimos que adentrarnos un poco, para subir, pues la escalera miraba al frente, y nosotros estábamos atrás.
Me imaginé que los escalones crujirían, y sus padres nos escucharían, pero no fue así. Ningún escalón crujió. Todo estaba en perfecto silencio.
Entramos a su habitación, que estaba bastante limpia. A pesar de unos pequeños objeto tirados por aquí y por allá. Ni siquiera la cama estaba con signos de haber sido usada.
Liam cerró la puerta tras de si, y me empujó mas adentro.
—Vamos, vamos. —Urgió.
En el lado izquierdo de la habitación, había una puerta, a donde me guiaba, y a donde estaba el cuarto de baño.
De las veces que visité a Liam, nunca tuve la necesidad de utilizar su baño. Así que era una sensación extraña utilizarlo justo ahora.
Al entrar, Liam encendió la luz y abrió el grifo de agua.
Entré un poco cegada, hasta acostumbrarme a la luz. El cuarto parecía comprimido. Como si tuviera la sensación de que si se le agregaba algún detalle más, no habría lugar para entrar.
Extendí el brazo hacia él, que estaba de pie frente a la pileta, abriendo el grifo.
—¿Lo lavo y ya? —Pregunté.
—Estoy pensando... Tienes pelusas de la tela. No se si sacarlas ahora, o si se irán con el agua.
Me encogí de hombros.
—Ok. Déjame ver. —Acercó el rostro a mi brazo, para ver de cerca, mientras levantaba su brazo, delicadamente. Formando una especie de pinza con los dedos, se acercó y pellizcó a milímetros de mi brazo. Metió los dedos en el agua que seguía corriendo y repitió lo mismo. A veces me hacía una especie de cosquilla que me producía piel de gallina.
Liam al notarlo sonrió.
—Listo, lávate.
Puse el brazo completo en la pileta, y dejé que el agua corriera por el.
Al lado de la pileta, en el mínimo espacio que había entre esta, y la ducha, tenía lugar un estante de madera, pintado en blanco. Abrió las largas puertas, y sacó una gasa, con un liquido naranja rojizo.
Embebió la gasa en el liquido, y le extendí el brazo. Lo colocó sobre la herida y rebuscó un poco más en el estante, hasta sacar una cinta adhesiva blanca. La puso en su lugar, para que la gasa no se moviera.
Al salir del baño, lo miré frunciendo el seño.
—Es solo un rasguño. —Protesté elevando la venda.
—Me hace sentir menos peor. Al menos, morirás de cualquier cosa, excepto desangrada. —Comentó con gracia.
—Bien. —Acomodé la manga de la camisa a su lugar, tapando el vendaje. —Quizás, todo esto sea sólo porque querías jugar al doctor. —Propuse.
—No estas tan errada. —Respondió sentándose en la cama. —Bueno, voy a organizar mis preguntas, y mis suposiciones. -Comenzó. —¿Por qué viniste hasta aquí?
—No lo sé, la verdad. —No iba a decirle que necesitaba a donde quedarme, porque sonaría grosero. —Creo que... No tengo otro lugar al cual recurrir.
—Tus amigas. —Contradijo.
—Si, creo que es eso. Fui a casa de Helen, y... Es como si estuviera gritándome con los ojos que lo que hago está mal. Y ya sé que estoy haciendo mal, pero quiero ser egoísta por un rato. Entonces estas tú... Y no siento esa mirada amedrentadora. —Solucioné.
Su humor era cambiante, pero nunca me miraba culpándome. Solo... Aceptaba lo que era. Y es todo lo que necesito en este momento.
—Tu hermano me llamó. Ya te lo dije...
—Si, el muy torpe llamó a Helen también. —Agregué.
—No dijo nada. Solo preguntó si estabas aquí. No deja entrever mucho a la imaginación, por lo que supuse que te habías ido de casa. —Hizo una pausa, y si esperaba que hablara, no lo hice. —Pero sé que no te fuiste para visitarme, y tomar el té.
Me hizo acordar que no había cenado nada, y me dio hambre.
—No. —Sonreí. —No lo soporto más. —Concluí derrumbándome contra el piso.
Liam me miró alarmado, pero luego se calmó entendiendo, y se acercó lentamente para acuclillarse a mi lado.
—¿Tu papá? —Intuyó sin éxito.
—Todo, en realidad.
—Nunca se está tan al fondo. —Opinó.
—Puedes equivocarte.
—No, en realidad no. —Terció. —Soy el nerd del curso. Esos tipos nunca se equivocan.
—Pero yo si. Una, y otra, y otra, y otra, y otra...
—Es que sólo ves la mitad de la cosas. —Me calmó con un brazo en el hombro.
—Quizás. Porque si las viera completamente, conocería el fondo del fondo.
—No crees realmente eso, ¿Verdad?
—Una parte muy pequeñita no la cree, pero el resto si.
—Esa parte pequeñita, se llama lógica, debes desarrollarla un poco más. —Convino con paciencia, casi como broma.
—Quiero intentar rehacer las cosas. —Comenté llevando la cabeza para atrás, chocando con la pared.
—Cuando quieras… —Ofreció encogiéndose de hombros, dejando caer su brazo de mí.
Me percaté de que había una sillón, enfrentado a la única ventana de la habitación. Entonces pensé cuando dijo que estaba pensando, hasta que me vio.
—¿En que pensabas? —Pregunté curiosa, ya que lo había pasado por alto.
—¿Cuándo? ¿Ahora? —Giró el rostro para mirarme.
—Antes de que llegara.
Volvió a mirar al frente, frunciendo los labios.
—Cosas.
—Interesante… —Comenté, imitando fascinación. —¿Quieres que me vaya, así puedes seguir pensando en cosas? —Pregunté, esta vez con sinceridad.
—Ya no tengo que pensar en ellas. —Respondió con calma, mirándome de reojo.
—¿No? —Insistí. A lo mejor hablaría de una vez, si presionaba un poco más.
—Te llamé porque estaba preocupado por ti. Y en vez de aclarar las cosas, me dejaste más preocupado todavía. Entonces, pensaba en que podría estar pasando por tu mente, sin éxito, por supuesto. Por lo que, me quedé reflexionando en que quizás, las cosas no estaban tan mal a como me las imaginaba. —Hizo una pausa, para luego mirarme. —Y ya no necesito pensar más en ello, porque estás aquí conmigo. —Finalizó como cuando uno cuenta un cuento, y llega la parte feliz.
—Te dije que no te preocuparas, que estaba bien. —Le recordé.
—Sin embargo, no estás aquí porque quieres, ¿No es cierto? —Prosiguió sin inmutarse ante mis palabras.
—¿De qué hablas? —Pregunté confusa.
—De que fuiste a casa de Helen. No viniste hasta aquí. —Me culpó. Miraba al frente, sin ninguna expresión en el rostro.
—Siento que te sobrepaso. —Admití.
—Pero siempre piensas en alguien más primero. —La amargura desbordaba en su voz. Era lo único que demostraba alguna emoción, porque seguía sin mover un músculo de su rostro.
—¿Qué te pasa?
—¿Qué me pasa? Me pasa que estoy cansado de que siempre me tengas en segunda línea, Emily. Me pasa que siempre soy el último. —Explotó elevando el tono de voz, casi a la histeria. —Y no importa cuan reconfortada te haga sentir, siempre vas a pensar en alguien más a la hora de elegir. Probablemente sea que eres masoquista, y que te gusta todo ese tipo de cosas. Como por ejemplo el elegir sufrir por Ryan, o no hacer nada por mejorar tu vida. Y quizás ya esté cansado de esperar que abras los ojos. —Gesticulaba con las manos nerviosamente. — Porque me pasa que soy tan masoquista como tú. En vez de olvidarte de una vez, sigo intentando ponerme en tu camino, para que me hagas a un lado una y otra vez. ¿Qué quieres? ¿Qué sea tan idiota como Ryan, para que me tomes en cuenta?
—¡No! -Dije perpleja. —No quiero hacerte daño.
-¿Mas del que me haces? No creo que lo logres.
—¡Lo siento! ¿Si? ¿Crees que me gusta esto? ¿Eso crees? Pues, qué equivocado estás. Quiero arreglar las cosas. —Me defendí.
—No creo que puedas arreglar esto. Es cosa mía, después de todo.
—No es cosa tuya, cuando estoy involucrada
—Es cosa mía cuando no puedo hacer nada para que cambies de opinión.
—¿Qué me estás pidiendo?
—Nada. Ese es el problema. No puedes darme nada que quiera.
Las manos me temblaban, como si hiciera 10 grados bajo cero. Decidí cerrarlas en puños, para que se quedaran en su lugar.
—Te amo. Es tan frustrante estar enamorado de ti, Emily. No te das una idea. Pero es todo mi culpa, ¿Entiendes? No tengo ningún derecho, pero me lo atribuyo de todos modos. Cómo si amar, te diera esa facultad. Yo no te pido nada Emily. Sólo necesitaba que lo supieras, porque, después de todo… Es imposible olvidarme de ti, pensando que pudo haber quedado alguna posibilidad entre nosotros. Ahora, viendo que no la hay, todo es más fácil… O al menos eso creo yo.
Me gustaría corresponderle, me gustaría terminar diciendo “Ey, no seas idiota, yo también te amo.” Pero no estaba segura. Él era mi amigo, y no se le dice eso a los amigos.
Era una necesidad decirle reconfortarlo, quería borrar ese sentimiento que lo perturbaba. Sin embargo, no quería plantar falsas ilusiones. Ni siquiera yo sabía si lo amaba. Porque, es obvio que lo amo, pero no de la manera en la que él quisiera.
—Te mereces lo mejor. —Aseguré. —Y yo no estoy ni cerca de eso. —Admití con melancolía.
—Pero tú serías capaz de hacerme sentir eso que tú dices que merezco. —Clavó la vista en sus manos, que ya estaban quietas, descansando en su regazo.
—Si eso crees, pues ¡Vamos! —Exclamé desesperada. —Aquí me tienes. —Indiqué.
Causaba tanto daño, que no podía soportar la idea de dejar todo así. Me desesperaba no poder hacer nada. No poder decir palabras que reconfortaran de la manera necesaria, no poder dar el aliento que se exigía.
Me desesperaba ser la causante de su dolor.
No me importa hacer lo que sea por mejorarlo, mucho menos si se trata de él.
Liam me observó escéptico. Estaba incrédulo razonando mis palabras. A pesar de todo lo que me había dicho, su mirada seguía sin culparme de nada. Una lucecita siempre le iluminaba los ojos, quizás sea el color lo que causaba ese efecto.
De repente su rostro se suavizó, y se calmó, mostrando una mirada tan serena, que me resultó extraña.
Se puso de pie, extendiéndome una mano para acompañarlo, la cual no rechacé.
Sentí cómo se me contraía el estómago, de puro nerviosismo, y cómo las piernas me flaqueaban.
Sabía perfectamente lo que proseguía. Y el cuerpo no me ayudaba. Estaba rígido.
Ya de pie, y a su altura, lo miré a los ojos, rindiéndome.
Liam se acercó, con la misma paz y serenidad que lo invadió hace un rato, y no hice nada al respecto.
Pero nada pasó.
Me abrazó. Eso fue todo.
—Discúlpame. —Pidió en un susurro junto a mi oído.
La sorpresa tardó mi respuesta a su abrazo, que le devolví con retraso.

4 comentarios:

  1. En mi defensa... estoy corta de imaginacion :/

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  2. Bueno, ahora sí me deja comentar. Gracias.
    En tu defensa diré que lo que tú llamas corta imaginación me ha sorprendido gratamente. Las descripciones de sensaciones y sentimientos que atañen a la protagonista, así como tus diálogos entre personajes son cada vez mejores. Tu narración es más madura, más consciente de lo que quiere narrar.
    Sigue escribiendo, mereces la pena. Un abrazo.

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  3. Gracias Yolanda. Siempre me da mucho animo ver tus comentarios.
    Y la verdad... que si he mejorado,el mérito en parte es tuyo :D GRACIAS!

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  4. No Eugenia, el mérito es tuyo al 100 %. Gracias a ti, por escribir en esta pantalla al mundo y permitir que desconocidos como yo opinemos sobre ello. Un abrazo desde España.

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